Paisajes que dejaron de existir

     Uno de los peores defectos que pueden tener los que están buscando mejorar en fotografía es la impermeabilidad mental. Es algo que tenía muy claro hace años cuando decidí dar un salto en mi trayectoria fotográfica: leía artículos muy variados en cualquier tipo de publicación que me permitiera ir adquiriendo conocimientos nuevos y variados, así me encontré con un artículo en el blog de José Benito Ruiz en el que pone en valor los paisajes de las Hurdes, y es que muchas veces tienen que venir de fuera a decirte que lo que tienes en casa es muy valioso.

 

     Desde entonces he fallado muy pocos años a mi cita invernal con el valle de Batuecas. En enero, el río Batuecas y sus afluentes bajan cargados de agua, el valle se convierte en un lugar húmedo en el que tímidamente se cuela la luz del sol en las horas centrales del mediodía. Las cascadas y torrentes, junto a los viejos troncos recubiertos de musgo de las zonas más umbrías son una auténtica delicia para nuestras cámaras.

 

      En una de estas visitas me encontré con este grupo de ramas gruesas, encontrar una composición atractiva no me costó demasiado y el resultado fueron unas cuantas fotos que aportaban algo nuevo a mi repertorio. Al año siguiente volví al mismo sitio pero, a pesar de estar seguro que estaba en el mismo lugar, no conseguía encontrar este encuadre por ninguna parte. Miré al suelo y allí estaba caído uno de esos gigantescos alcornoques. Sentí una pena terrible, era un encuadre que de algún modo había dejado de existir pero volviendo al coche encontré muchos otros alcornoques caídos, levanté la vista hacia una ladera dominada por pinos quemados en el último incendio y rápido llegué a la conclusión de que aquel árbol había llegado al final de su vida, en su hogar y rodeado de los suyos; otros no tuvieron tanta suerte, el fuego o la motosierra habían acabado con ellos muchos años atrás.

 

 

 


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