Dejarse llevar por un desconocido

 

 

    Con la maletas aún a medio deshacer comienzo a escribir estas primeras líneas sobre el que ha sido, sin lugar a dudas, el viaje más complicado que haya realizado jamás: se trata de Egipto. Casi todo el mundo identifica indudablemente este destino con pirámides y la milenaria cultura egipcia, quién conoce un poco más tal vez haga referencia al crucero por el Nilo parando de templo en templo. Pero estos "convencionalismos", si se me permite la expresión,  no son mi estilo.

 

     Cuando viajo a un destino extranjero, especialmente en países en los que la cultura en tan diferente a la mía, me gusta salir de los circuitos turísticos; por lo general el Ministerio de Asuntos Exteriores suele dar una serie de recomendaciones que son totalmente opuestas a tener la oportunidad de integrarte, si existe alguna posibilidad, con la gente de ese lugar. 

 

     La mayoría de personas que visitan Egipto flotan sobre la superficie de una cultura profundamente rica, se mantienen en una burbuja de confianza, seguridad y confort para evitar a toda costa que asome el miedo, fundado o infundado por el desconocimiento y la desconfianza. Esta es la mayor barrera, la del desconocimiento, el miedo a "cualquier cosa" pero siempre, siempre, la experiencia me ha demostrado, y he podido comprobar en otras personas, que el hecho de conocer los peligros reales te hace: por una parte tener la confianza de que algo puede pasar o no, y por otra estar preparado y saber evitar el peligro real.

 

     Mi viaje a Egipto se ha salido de todos los estándares y, cuanto más me he alejado de estos, más profunda y enriquecedora ha sido la experiencia: dejarte llevar por un buscavidas que te ofrece cualquier cosa que te pueda llamar la atención con el único objetivo de obtener una recompensa económica puede ser interpretado como una molestia, un riesgo o un peligro, pero también supone una oportunidad. Mientras recorríamos una parte poco turística del bazar Jan el-Jalili en la zona antigua de Cairo nos "asaltó" uno de estos buscavidas ofreciéndonos una lista interminable de productos y servicios, pero hubo uno que me llamó la atención: visitar una antigua mezquita que no está abierta a turistas.

 

     Una mezquita con 700 años sobre sus muros que parecía sacada de una historia de Las mil y una noches: piedra y mármol negro, pasadizos estrechos y oscuros, madera que parecía llevar allí una eternidad... cualquier detalle que observamos mientras recorríamos ese lugar nos parecía transportar a una época lejana en la que la mezquita, ahora olvidada entre calles sucias y bulliciosas, ofrecía un remanso de paz y espiritualidad a los fieles.

 

     Terminamos subiendo al minarete: unas escaleras de caracol tan estrechas como oscuras se abrían en lo alto a un destartalado balcón de madera, que me ofreció la que para mi ha sido la mejor panorámica sobre Cairo. Espero no olvidar nunca las sensaciones que me invadieron al contemplar la trágica decadencia que se extendía ante mi, aquella extensión casi infinita de tejados constituía un paisaje tan decrépito que rozaba lo sublime, por suerte, creo que si observo esta foto y cierro los ojos puedo transportarme durante un instante a lo alto de aquel minarete para revivir aquella profunda experiencia.

 


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