Redescubriendo Bohoyo

    El tiempo pasa rapidísimo, tanto que hace casi un mes que no escribo nada por aquí. Pero lo que os quiero contar es que hacía tres años que no visitaba la garganta de Bohoyo, en Gredos y parece que fue ayer cuando hice la imagen que está a la derecha de estas líneas.


     Había organizado una salida otoñal con un amigo, Javier, de Alicante y que mejor escusa que el otoño para visitar un bosque. Los colores dorados de esta estación es lo que más nos llamaba la atención y vino a mi cabeza la magia que año tras año se repite en esta olvidada garganta de la sierra de Gredos.


     Hace tres años visité esta garganta en varias ocasiones. La primera fui por casualidad, la segunda motivado por la increíble belleza salvaje de este lugar y la tercera porque quería compartir este entusiasmo con mi mujer. ¿Por qué no volví más? en esta tercera ocasión aprovechamos para pasar la noche en uno de los refugios que hay repartidos en los 15 kilómetros de garganta: el humo de la chimenea, la altura o cualquier otro factor que ignoramos le produjo a ella una terrible jaqueca, una experiencia realmente negativa que hizo que inconscientemente me olvidara de este lugar hasta la semana pasada.


     Planeamos una jornada otoñal en esta garganta con una primera parada al alba en el que para mí es uno de los prados más bellos de Gredos. El amanecer se antojaba muy cubierto, incluso lluvioso, tan sólo unos segundos de luz púrpura se coló por algún sitio entre las densas nubes del cielo: desprevenido, con el agua de la turbulenta garganta llegando al límite del vadeador traté de conseguir alguna imagen con esas luces. Volví al prado, justo al lugar en el que había dejado la mochila, con intención de recoger y continuar nuestra ruta a través de los bosques y este pequeño arroyo me llamó la atención.

    Levanté la vista, ya despreocupado de la fotografía y fue cuando pude contemplar el espectáculo que tenía ante mí. Una perfecta combinación de cumbres nevadas que dejan caer por sus laderas cascadas de decenas de metros de altura; un cielo ennegrecido, amenazante pero atractivo; un bosque de colores otoñales en un punto perfecto de color, tan perfecto que parece casi inviable para estos robles que la mayoría de los años tienden a volverse ocres; una fina capa de agua sobre la hieva; y un arroyo crecido y turbulento para formar una escena que me llamó mucho la atención.


     Tres años después se ha vuelto a despertar en mi ese deseo de recorrer esta garganta, de perderme en su fugaz belleza otoñal para encontrar imágenes que me atraigan y me hagan disfrutar de la magia de sentirme en un lugar tan fascinante y salvaje cada vez que vuelvo a mirarlas. 



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